El turista de la guadaña

Fui a ver una obra sobre un hospital psiquiátrico. El asistente de dirección era un antiguo compañero de master y me invitó al brindis que se hizo con motivo del cierre de temporada. De pronto yo estaba en la terraza de uno de los teatros más emblemáticos de París en una fiesta privada, tomando vino blanco y comiendo charcuterie. En un momento se me acerca un señor que me habla de una novela de Chéjov que se llama “El duelo” en la que se confrontan la razón y la pasión. El tipo terminó siendo un racista que opinaba que había que limitar los restaurantes chinos de la ciudad a dos por barrio para no desfigurar la identidad local. En un momento abandono la expectativa de que se genere un ambiente más festivo y decido volver a casa. A esa hora ya no hay metro, por lo que me veo obligado a ir a pie hasta la parada de bus más cercana. Camino por el centro de París, cruzo dos veces el Sena y veo Notre Dame a contraluz. Me pongo a pensar en este absurdo vaticinio que entretiene mi neurosis cuando veo en la vereda de enfrente una figura en la sombra. Era una silueta humana encapuchada con un palo en la mano. ¿Era la muerte que venía a buscarme? ¿O que venía a decirme que está cerca? Camino unos pasos más a la par de esa figura y la luz de un farol nos da de lleno a ambos. Veo que se trata de un turista borracho y pienso ¿Es una señal de que mi miedo a este maleficio es así de absurdo? Miro la hora y son las 2:22. Otra señal, pero ¿de qué?. Pienso en los pacientes psiquiátricos de la obra, pienso en el debate chejoviano entre razón y pasión. No, debate no. Duelo. Entre razón y locura. O neurosis en este caso. ¿Qué viene a matar esta muerte? ¿A mi yo real? ¿A mi neurosis? ¿A mi cordura? En la obra de Chéjov finalmente nadie muere y los contrincantes consiguen empatizar y vivir en armonía. 

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